Mi Caracas Bonita

Maracucha de origen, caraqueña por adopción y corazón, siempre recibí la crítica de mis coterráneos por mis continuas manifestaciones de afecto a esta ciudad. Mi amor, no sólo por esta preciosa y misteriosa montaña llamada Ávila, vigilante y fiel a este pueblo, sino también por la expresión del caracter humano que la arquitectura caraqueña transmite.

Esa arquitectura de finales del siglo XIX que manifiesta la sobriedad y reconciliación con la historia por un lado; la arquitectura de mediados de siglo XX, expresión de el civilismo maduro, la identidad sólida del caraqueño, en armonía con la herencia europea inmigrante consecuencia de la primera guerra mundial.

Desde mis 18 años esos edificios acompañaron mi historia en caracas, acompañaron mi sentido de pertenencia a esa cultura tan definida, apasionada y serena del caraqueño.

En cualquier parte del mundo, los espacios públicos son expresión de la cultura del pueblo que los crean y habitan. La estética de las cosas, de los espacios son expresión de la ética de ser que lo habita. En efecto, la arquitectura caraqueña expresó la calidad humana, cultural, social, económica de sus habitantes en toda su historia.

Pero entonces, ¿qué pasó con caracas? ¿Qué está pasando con esa madurez social que expresa el urbanismo hasta mediados del siglo XX?

Sólo dolor es lo que siento caminando por mi amada ciudad adoptiva. Y quisiera que por amor, muchos otros, caraqueños o no, compartan conmigo el sufrimiento de ver a esta Sultana cubierta de harapos. Maltratada, vejada, violada por su misma familia, como si en vez de ser simplemente ignorada, la odiasen, pues sus marcas no son de abandono nada más, sino de violencia, de rabia, de odio.

Una de las zonas expresión de la cultura caraqueña, representación de la idiosincracia y orgullo local siempre fue el área norte que va desde La Pastora hasta San Bernardino. Imagen arquitectónico, de desarrollo de cultura, de ideas y artes para el siglo XIX y XX, y ciertamente el espacio económico y turístico por excelencia (recordemos el el Boulevard de El Panteón, las famosas esquinas de Carmelitas, la marrón y tantas otras), ahora no es más que ruina, es desastre, es lástima y miseria.

Estas imágenes, reveladoras y dolorosas, están tomadas a solo media cuadra o en plena Avenida Urdaneta, icono del comercio de la capital y zona privilegiada de la autoridad política venezolana.